martes, 18 de mayo de 2010

El vientre del arquitecto (1987) - Arquitectura y cine



Esti Zumake Valoración 7/10

Este es el cuarto film del iconoclasta director (o anti-director como le llaman algunos) Peter Greenaway que inspirado en la arquitectura, la megalomanía y la decadencia del Antiguo Imperio Romano aborda los fundamentos de la construcción técnica, el equilibrio y la simetría.

Stourley Kracklite (Brian Dennehy) es un prestigioso arquitecto americano que es contratado para dirigir una exposición sobre el arquitecto del siglo XVIII Étienne-Louise Boullée al que admira desde la infancia. Acompañado de su joven esposa Louise (Chloe Webb) se traslada a Roma donde vivirá nueve meses, el tiempo de gestación del bebé que esperan. Hombre de gran estatura y enorme barriga, asegura reconocerse en las enormes construcciones esféricas del artista al que rinde tributo y presume de disponer al igual que ellas de "un perfecto y envidiable centro de gravedad", su estómago. Pero al poco tiempo de su llegada comienza a sufrir un terrible dolor en el vientre que le conducirá a una espiral de sufrimiento, obsesión y locura, provocando que este "enorme edificio con exceso de colesterol", como le llama su esposa, se desmorone.

La película es un tributo a la Gran Roma Imperial, a la que el protagonista define como "la cuna de la cúpula y el arco, la buena comida y los grandes ideales", es decir, cuna de todas sus pasiones. A través de planos estáticos y postales nos muestra monumentos arquitectónicos que reflejan el poder que ostentó en otros tiempos: el Panteón, la Cúpula de San Pedro, el Coliseo, la Iglesia de Santa Inés, la Tumba de Augusto... además de multitud de estatuas de proporciones gigantescas. Pero la Roma actual, la que encuentra el arquitecto a su llegada es muy diferente. Lejos de los grandes ideales el protagonista se enfrenta a un mundo corrupto y ambicioso que entiende el arte como un forma de ganar dinero.

Greenaway sacrifica la técnica cinematográfica por la técnica arquitectónica. Es un film estático en el que apenas hay movimientos de cámara. Como un gran edificio de Boullée (ambicioso, geométrico y circular) está construido por una multitud de planos simétricos con encuadres perfectos. El centro de la imagen se reserva exclusivamente al protagonista, pilar central de la película, y sus movimientos son hacia atrás o hacia adelante, manteniendo siempre su posición privilegiada. A ambos lados todo tipo de objetos (ventanas, columnas, estatuas,...) aportan al conjunto una perfecta proporción y equilibrio. La apasionada música de Wim Mertens proporciona un ritmo frenético al repertorio de imágenes fijas (planos, dibujos, postales, fotografías, fotocopias...) que utiliza el director principalmente en las transiciones. Destaca una secuencia en la que la cámara realiza un travelling a lo largo de un collage de fotografías que desnudan la intimidad del arquitecto y delatan la infidelidad de su mujer.

El director aprovecha la constitución física de Brian Dennehy y el entorno para crear una analogía entre pasado y presente. Parece como si la relación de los personajes con estos arcaicos decorados lograse el resurgimiento del Gran Imperio y que dichos lugares revivan con su fuerza original. También hay que añadir los delirios de grandeza de este egocéntrico arquitecto que sintiéndose enfermo se identifica con los grandes emperadores y se obsesiona con las enfermedades que provocaron su muerte, llegando incluso a sospechar de haber sido envenenado por su esposa al igual que lo fue el Emperador Augusto.

En cuanto a la dirección fotográfica y la dirección artística están perfectamente coordinadas. La iluminación obtiene las mismas tonalidades cromáticas que el vestuario y los detalles de la escenografía logrando con ello una atmósfera pictórica característica del cine de Greenaway.

Película para amantes de la estética y de la técnica más pictórica que cinematográfica.

jueves, 13 de mayo de 2010

Estrenamos...En Tierra Hostil (2009)

Multipremiada película bélica estadounidense sobre la guerra de Iraq;:
6 Oscars, incluyendo película, dirección. 9 nominaciones.
3 nominaciones a los Globos de Oro: Mejor película drama, director, guión.
6 Premios BAFTA, incluyendo película, director, guión. 8 nominaciones.
Festival de Venecia, nominada al León de Oro.
Kathryn Bigelow, directora de títulos como "K-19: The Widowmaker" (2002), "El Peso del Agua" (2001), "Días Extraños" (1995) o "Le llaman Bhodi" (1991) entre otros, firma en el 2009 esta película, con guión de Mark Boal, que trata sobre el dolor de la guerra (en concreto de los soldados americanos en Iraq después de la guerra abierta), y sin embargo, pese a medirse con "Avatar" de James Cameron, con ella ha sido catapultada a los anales del Cine convertida en la primera mujer galardonada con el Oscar a la mejor Dirección.
Estos argumentos la convierten en realmente recomendable si todavía no la has visto.

miércoles, 12 de mayo de 2010

"It's all about love" ya está disponible en alquiler.

It's all about love (2003)
Su director, Thomas Vinterberg destacó en 1998 con su opera prima "Celebración", título relevante por su aportación al movimiento cinematográfico que él, Lars Von Trier y otro directores daneses bautizan como "Cine Dogma". Los fundamentos principales de esta corriente son: la ausencia de efectos especiales, de banda sonora, de escenarios o de iluminación artificial; se debe rodar en 35mm o con cámara digital, en mano o al hombro, lo cual provoca un moviento de cámara a veces dificil de digerir; la falta de medios debería estimular el ingenio y la creatividad. Algunos títulos de esta corriente son "los idiotas" de Lars Von Trier, "Mifune" de Kragh Jacobsen,...
Tras el rotundo éxito de Celebración, Vinterberg tardará cinco años en volver a presentar una película. Será "It's all about love" (2003), y en ella rompe todas las premisas del Dogma. Música, efectos, cuidada fotografía,...dar cuerpo a una película irreal, que el propio director recomienda que se vea como se ve un "sueño". Pese al esfuerzo creativo del director, la comparación con su primera película fué inevitable y decepcionante para la crítica.
Sólo 1 año después presenta "Querida Wendy", basada en un guión de Las Von Trier, pero esa es otra historia...



























La Cinta Blanca (2009)


¿NACEMOS O NOS HACEMOS?
Etxegain: Valoración 8/10

Nos encontramos en el año 1914, es decir, justo al comienzo de la Primera Guerra Mundial, en un pueblo del norte de Alemania donde domina la religión protestante. Unos acontecimientos que parecen obedecer a rituales de castigo se están produciendo en el pueblo. Esto obliga a todos los miembros del pueblo a tener que adaptarse a la nueva realidad, pero ¿Por qué? ¿Quién es el culpable?

Hace tiempo que esperaba ver esta adaptación de la novela de Von Horvath, considerado uno de los autores más críticos de todos los tiempos. Peter Handke alabó “su desconcierto y su nada estilizado sentimentalismo y esas frases trastornadas, que muestran los brincos y contradicciones, algo que solo podemos encontrar en Chejov o en Shakespeare". No pude evitar respirar de alivio cuando supe que el encargado de trasladar las dificultades que atraviesa un maestro que intenta educar a sus alumnos en el respeto y el conocimiento sería Michael Haneke, ya que si alguien puede adaptar una novela tan compleja es sin duda alguna el director austriaco. A los admiradores acérrimos, entre los que me encuentro (si exceptuamos El tiempo del lobo, su mundo puede ser críptico y oscuro y eso no casa bien) nos gusta su capacidad para dejarte tocado. Levantarse del sillón después de ver uno de sus filmes y pasar a otra cosa no es tarea fácil. Sus películas te enfrentan a un mundo obsesivamente turbio, habitado por una violencia transparente y subterránea indistintamente. Esto implica que el virginal espectador de Haneke puede acabar con el estomago y el cerebro revueltos, consciente de haber vivido una experiencia ingrata e hipnótica a la vez. En la magistral La cinta blanca su estilo logra terrorífica armonía con sus obsesiones, sin perder su particular carácter se hace accesible para sus desconocidos y logra que sus conocidos sigamos disfrutando de su genio.

El narrador es un anciano que evoca viejas y no resueltas atrocidades que ocurrieron en un pueblo luterano de Alemania en la víspera de la Primera Guerra Mundial donde era un joven maestro de escuela. La fotografía es en blanco y negro y no de forma caprichosa. El blanco representa la pureza, la inocencia, la que exigen padres inflexibles que no dudan en utilizar el látigo o la biblia para imponer sus criterios a los suyos. Poco a poco comprobamos que casi todo es negro, que la luz nos ciega y no nos permite ser conscientes de la podredumbre moral, las imposiciones ciegas de la fuerza y como el imperio del miedo hace que sus víctimas asuman aparentemente sádicos y devastadores comportamientos.


Haneke retrata y disecciona este ambiente tenebroso como suele operar un cirujano: con precisión, sin sentimiento y distanciándose de las relaciones psíquicas y físicas brutales que tienen los adultos entre ellos. La apatía, la brutalidad, la mentira y la venganza son el alimento de estos niños. Estamos acostumbrados, aunque no es la mejor forma de expresarlo, a ver las consecuencias de la violencia pero resulta estremecedor ver cuáles son los resultados de ser testigos silenciosos. En este caso los niños, los futuros cachorros del nazismo. Ya se encargaron sus adultos de prepararlos para adorar al nuevo Mesías ¿Cómo no iba alcanzar el poder Hitler? Y lo cerca que podemos estar de un nuevo monstruo si no tomamos buena nota de los que nos cuenta esta película.

El ritmo es agobiante, lento, aunque jamás aburrido, y no permite desentenderte de la película. Te agobia mucho más el catálogo de barbaridades que hace presagiar el viaje de la cámara: llegadas a puertas cerradas y elipsis que explican lo que va a ocurrir o creemos que ocurrirá. El infierno en La cinta blanca no está descrito con naturalismo, se agazapa detrás de una apacible cotidianidad. Se encuentra en el oficio religioso, en las reuniones familiares, en la fiesta de la cosecha, en demostrar que en el orden y en la incuestionable autoridad paternal, es decir, en la rigidez está el principal baluarte del orden.

martes, 11 de mayo de 2010

La Hora del Lobo (1966)


"La hora del lobo es la hora en la que más gente muere, en la que el sueño es más profundo, cuando las pesadillas son más reales y cuando nacen más niños". Así es como Bergman describe ese instante en el que la noche ya ha terminado pero el día aún no ha comenzado, ese momento en el que los fantasmas campan a sus anchas en las regiones más ocultas de nuestra psique y en el que la línea que separa realidad y ficción se muestra ante nuestros ojos irremediablemente borrosa.
La hora del lobo narra la angustiosa estancia del pintor Johan Borg (Max von Sydow) y su esposa Alma en la deshabitada isla de Baltrum. En ese espacio austero y lúgubre, se crea el caldo de cultivo perfecto para que la neurosis de Johan se despliegue con una terrible corporeidad, proyectando así sus carencias emocionales, sus obsesiones sexuales y sus insatisfacciones creativas en unos seres antropófagos capaces de desangrar su ya de por sí aprensivo carácter, y por ende, el de su inocente y amante esposa. En un momento del film Alma, Liv Ullman, le pregunta a su marido si no cree que las personas que pasan mucho tiempo juntas acaban por parecerse. Evidentemente es así, ya que todo aquello que Johan se lleva consigo a la isla envenena y denigra también a su esposa.

Bergman firma así, según sus propias palabras, su primera película de fantasmas, desplegando ante nuestros ojos una inquietante galería de alucinaciones que va más allá de lo sensitivo. Y es que pocas veces el idilio entre neurosis e individuo se ha antojado tan material tras una cámara de cine. Los fantasmas de Bergman hablan, comen, se emborrachan, manipulan, seducen y se relamen de gusto al escuchar La flauta mágica de Mozart. Utilizan todas sus tretas para separar a Johan del lado de Alma, que asiste indefensa a la degradación a la que son sometidos en cada uno de los encuentros con estos fantasmas burgueses y canívales que parecen suspendidos en un limbo de sucia camaradería.

La película aprieta y a punto está de ahogar al espectador, que se siente desprotegido en ese dédalo de situaciones, a cada cual más estrambótica, cuya única función es la de desestabilizar la relación de los únicos personajes reales del film. Antológica es la secuencia en la que Johan da muerte a un demonio en forma de chiquillo de diez años o la desagradable cena en la mansión del Barón Von Merkens.

El espacio, opresivo como una cámara estanca; la fantasmagórica luz de Sven Nykvist (El quimérico inquilino, Sacrificio); la austeridad de la cámara de Bergman, que soluciona la mayoría de las pesadillas, perdón, de las secuencias del film, con abigarrados y casi inmóviles planos secuencia, unidos al ritmo de la narración, que se dilata durante escasos ochenta minutos (un minuto puede resultar una eternidad si se padece de ese mal llamado miedo), convierten a La hora del lobo en una de las más inquietantes aproximaciones al resbaladizo terreno de la paranoia.
Bergman nos sumerge en un pantano que conoce muy bien porque ¿acaso no es el propio autor el que habla cuando, por medio de su personaje, cuenta las vejaciones sufridas de niño por un severo padre luterano? Filmada en 1966 y sucesora de la excelente Persona, La hora del lobo se desarrolla en un mundo de fronteras imprecisas y produce en el estómago una sensación propia de un día en ayunas. La aglomeración de fantasmas desplegada en el film, inspirados en un grabado de Axell Fridell, conduce el desarrollo del drama con una batuta enmohecida. Viejas que se quitan los ojos cuando tienen la vista cansada, hombres pájaro o marqueses que se suben, literalmente, por las pareces a causa de los celos, conforman ese espacio grotesco propio de nuestras peores pesadillas, ese pozo sin fondo sobre el cual oscilamos día tras día tratando de no perder la cabeza.


_Darius Somerset_




domingo, 9 de mayo de 2010

¿Qué fue de Baby Jane? (1962) - Duelo de Titanas

Esti Zumake. Valoración 8/10

Perturbador drama psicológico dirigido y producido por Robert Aldrich que supuso un duelo interpretativo de dos astros de Hollywood, Bette Davis en el papel de Baby Jane Hudson y Joan Crawford en el papel de Blanche Hudson.

Baby Jane es una niña preciosa, que además canta como los ángeles y llena teatros con su canción "I've Written A Letter To Daddy". Su popularidad es tan grande que incluso se fabrican muñecas con su cara a escala real; por eso Baby Jane es la "niña de Papa".
Oculta entre bambalinas su hermana Blanche muerde la envidia que le corroe y crece a la sombra de una hermana a la que todo el mundo adora.

Con los años los papeles se invierten. Baby Jane se ha convertido en una actriz fracasada y sin talento de quien nadie se acuerda y que solo consigue trabajos gracias a la exitosa carrera como actriz en Hollywood de su hermana Blanche . Pero un trágico accidente cambiará sus destinos de una forma fatal.

La película despega veinte años después. Tras el accidente, Blanche queda confinada a una silla de ruedas. Instalada en el piso de arriba, la escalera será para ella el abismo que la exilia del mundo real y le deja al dominio de Baby Jane, que se ha vuelto un ser esperpéntico, cruel, sádico y vengativo. Será a través de otros personajes como conoceremos los ocultos secretos de una relación de amor y odio que llega a alcanzar límites insospechados.

Lo principal a destacar en esta película es la soberbia actuación de las dos actrices que tal vez, en parte, se deba al odio mutuo que por lo visto se dispensaban ambas en la vida real.


En primer lugar Bette Davis está grandiosa debido, entre otras cosas, a su insólita caracterización; viste una copia del vestido que llevaba siendo la niña prodigio de diez años, con una peluca de tirabuzones rubios oxigenados y maquillada como un adefesio. Abandonada a su locura ha asumido enteramente su papel de monstrua y se comporta como tal. Arrastra su cuerpo con desgana, casi siempre con una botella en la mano, por una casa en la que se ha apoderado del control y no disimula su mirada de desprecio ante la llamada de su hermana.

Ed Sikov cuenta en la biografía "Bette Davis, amarga victoria" que la actriz comprendió perfectamente su papel en el momento en el que vió el vestuario, de hecho, insistió en maquillarse ella misma. Aplicaba nuevas capas de maquillaje sobre el que llevaba consiguiendo un efecto espeluznante en su ya de por sí expresiva cara. El tercer día de rodaje Aldrich le pidió que suavizara aquel maquillaje, a lo que Davis respondió que si se lo cambiaba tendría que buscarse otra actriz. Aldrich accedió, aunque por lo visto la actriz no estaba preparada para verse así en la gran pantalla. Cuando vieron por primera vez la película el director escuchó unos sollozos desesperados de Bette y le preguntó que le pasaba, a lo que ella le respondió: "Estoy espantosa ¿de verdad soy así?


Por el contrario Joan Crawford es la imagen misma de la sobriedad y afronta su enfermedad con elegancia. Vestida de negro, con el pelo recogido, el rostro sin maquillar y resaltado con unas cejas grotescas que eliminan cualquier vestigio de la actriz sex-symbol y glamurosa que la lanzó al estrellato, encarna a la hermana sensible, compasiva y protectora que vela por su hermana desequilibrada.

Ed Sikov afirma en su libro que la pobre Joan estuvo sometida a continuas torturas por parte de Bette. Un día estaba tranquilamente tejiendo en un descanso cuando llegó Bette y empezó a tachar pasajes enteros del guión. Joan le preguntó de quién eran los diálogos que tachaba, a lo que Bette respondió, "Tuyos". Bette confesó más tarde que realmente no eran sus diálogos y que solo lo había hecho para molestarla. Joan, en vez de alejarse, intentó continuamente un acercamiento y en un gesto de cortesía empezó a enviar a Bette una rosa cada día. Cuando está se enteró quién era el remitente respondió: "Si vas a enviarme rosas, enviame una docena o más, por Dios".

Esta es la atmósfera que se respiraba en el rodaje de esta joya de la cinematografía que supuso un Duelo de Titanas y la décima nominación al Oscar de Bette Davis. En la memoría quedarán para siempre dos momentos inolvidables: Bette Davis, vieja y fea, cantando "he escrito una carta para Papá" y la secuencia final de las dos actrices en la playa.

Esti Zumake

viernes, 7 de mayo de 2010

"El otro señor Klein" (1976) - Un ejercicio apasionante para los amantes de los retos, las cábalas y el misterio

El otro señor Klein (Monsieur Klein)
Francia (1976)

Dirigida por Joseph Losey

Interpretada por Alain Delon, Jeanne Moreau, Francine Berge, Juliet Berto, Jean Bouise, Suzanne Flon, Massimo Girotti, Michael Lonsdale, Michel Aumont, Roland Bertin, Magali Clément, Gérard Jugnot.

Guión de Fernando Morandi, Constantin Costa-Gavras

Música de Egisto Macchi, Pierre Porte

Fotografía de Gerry Fisher

Producción Franco-Italiana producida por Alain Delon y Robert Kuperberg (no acreditado) para Adel Productions, Lira Films, Mundial Films y Nova Films.


Crítica personal de Esti Zumake: Valoración 9/10

Espectacular ejercicio de misterio e intriga del reputado director estadounidense Joseph Losey.
Ambientada en el París de 1942 durante la ocupación nazi, ya en su primera secuencia nos muestra el sinsentido y la deshumanización del fanatismo a través de una revisión médica, donde el tamaño y curvatura de una nariz, la forma de un craneo y de unos talones serán suficientes para condenar a una desamparada mujer a un destino fatal.

Ese es el terrible ambiente que se respira en la ciudad natal del Señor Klein. Interpretado magistralmente por Alain Delon, quien consideró esta su mejor película, colaborando incluso en la producción, se aleja radicalmente de los papeles de galán que le llevaron a la fama. En esta ocasión interpreta a un ser mezquino y sin escrúpulos que, amparado en su sangre francesa, se muestra indiferente a lo que está sucediendo en su país y aprovecha la coyuntura para hacer negocio comprando a precio de saldo piezas de arte a los judíos, cuya única salvación está en escapar. Hasta que un día recibe una publicación judía que solo se distribuye a suscriptores. Decide investigar y descubre que hay otro Señor Klein. Pero llega tarde, la revista ha entregado una lista de los suscriptores a la policía y su nombre figura en ella. A partir de ese momento comienza su búsqueda particular. Ha de demostrar que existe otro señor Klein...y es ese otro señor Klein quien conducirá sus pasos a partir de ahora. Un personaje antágonico al protagonista, con muchas similitudes físicas pero con un espíritu rebelde y carismático que logrará eclipsar a Delon en gran parte de la película, recordando al personaje de Rebeca de Alfred Hitchcock.

Losey va hilando con gran maestría cada una de las secuencias, de tal forma que la siguiente desvirtua las conclusiones que un espectador avezado haya intuido en la anterior. Hay momentos en los que la trama se envuelve en un ambiente onírico que conduce a pensar en un posible desdoblamiento de personalidad o en una invención por parte del protagonista, en otros en una confabulación ideada para cazar a un cazador que merece ser cazado, y en otros, en una mente fría y calculadora capaz de urdir un plan tan evidente que resulta increible. En ocasiones todo se vuelve incomprensible, como un sueño agitado o una pesadilla, un sinsentido que recuerda al indefenso personaje K (que curiosamente podría aplicarse al Señor Klein) de la obra "El proceso" de Kafka, resultando tan cruel como conmovedora.